Llega el mes de mayo y frente a las costas de este paraíso que se asoma al Atlántico se vuelve a repetir esa imagen, milenaria, en la que los almadraberos le ‘arracan’ a la mar, su mar, el manjar más preciado. Gigantes de plata que son levantados y ronqueados, de los que mana el oro rojo de La Janda.
Universo de sabores y texturas que dibujan mormo, paladar, parpatana, morrillo, lomo, ventresa y así, entre delicadas y exquisitas infiltraciones de grasa, hasta más de una veintena piezas. Joyas que son la inspiración de las mejores cocinas, de la tradicional y la innovadora; que atesoran toda una historia de sabores y texturas, esa que, casi en la orilla, escribieron las mujeres de los almadraberos.
Bocados selectos, únicos y envidiados; protagonistas de rutas y ferias que se viven y escriben en rojo y que interpretan con pasión y profundo conocimiento esos restaurantes que han hecho de él, del atún rojo de almadraba, su razón de ser.